“¿A dónde van? Seguro que a las iglesias a comerse las imágenes de los santos… y después se creerán muy devotos… Mejor es que trabajen en fundar una casa para estas pobres mujeres que se pierden por falta de recursos y dirección.” Interpelación de Madeleine Lamy a San Juan Eudes.
Quiero iniciar explicando el sentido de escribir esta memoria, fruto de mi experiencia pastoral en la ciudad de Cúcuta, y lo escribo luego de una disertación interior, pero respondiendo, quizá, a un instinto de supervivencia. Tranquilo, explicaré con calma lo que intento decir, la verdad aun me gana la emoción y no la quiero perder. Durante la semana estuve con un hermano en Cúcuta en la Parroquia de la Santísima Trinidad y en la Congregación de Nuestra Señora de La Caridad del Buen Pastor y la experiencia de evangelización fue tan profunda que me cuestionaba mi propia tendencia a teorizar todo, a sacar un postulado teórico que terminaría consumiendo el sentimiento e incluso negándolo, advierto, es posible que no logre comunicar ni la tercera parte de lo que sentía y vivía. Pero comprendí que era la única forma de hacer memoria de lo vivido y ahí está el sentido de supervivencia, porque no quiero que esta parte mía, que ha nacido, muera.
Y si, puede sonar muy etéreo hablar de nacer y no dejar morir, pero cuando te encuentras de frente con la vida y la infinidad de posibilidades que nos hemos creado para negarla, encuentras que toda tu vida es expresión de una posibilidad de nacer y renacer.
La vida negada a las mujeres, hombres y niños que se lee en las miradas desorientadas, desanimadas y tristes de quienes teniendo un proyecto se enfrentan a la inhospitalidad de los nuevos caminos. Y ahí en la tierra donde nació la República, se levanta nuevamente el clamor para que Bolívar y Santander, colombianos y venezolanos encuentren nuevas formas de comunicación y acercamiento.
Y esa ha sido la gran lección de esta semana, acercamiento. Acercarse es hacerse prójimo para el otro, o por lo menos así comprendo la parábola del buen samaritano de Lucas, en la que el que estaba fuera logra comprometer su vida con quien se la ha negado antes. Y es que acercarse es un ejercicio y una tarea de valientes que deben cruzar varias fronteras en sí mismos y en los otros.
Hablo de cruzar fronteras porque justo ahí parado en el límite entre Colombia y Venezuela, miraba a la nada y comprendía que quien quiere vivir en Jesús sabe pasar por las fronteras humanas y sociales para poder hacer que en el otro se forme Jesús.
Es necesario cruzar la frontera de la indiferencia, el evangelio de Juan nos enseña que es necesario ver para dar testimonio, pues solo quienes logran ver los signos pueden ser testigos de la acción de Jesús. Ver, implica detenerse ante la cotidianidad y saber que el otro, su dolor, su soledad y su sufrimiento no me son ajenos, sino que me implican, los hago míos. No podemos hablar de que somos un solo corazón con Jesús si en mi corazón no logro albergar las miserias de mis hermanos.
Pero la frontera de la indiferencia no es la única, hay más… y cada una es más exigente que la anterior, pero es ahí cuando logras ver a tu hermano cruzando la frontera del olvido. No puede ser que te quedes contemplando el dolor y aunque esa contemplación te lleve a las lágrimas no estás haciendo más que viviendo el espectáculo de la tragedia humana y no debes ser solo el espectador del dolor o peor aún, comunicador del mismo. Debes cruzar la frontera del olvido y comprometer tu vida, dignidad y proyecto por acercarse, curarlo y transformarlo.
Pero no te acercas como alguien que no depende de ti, debes cruzar la frontera de la marginación y lograr que esa vida sea levantada y restaurada, que las situaciones de muerte que la rodean sean superadas y que su marginación no sea sino un impulso a la incorporación en la vida de la sociedad.
Pero no te creas el héroe, nunca podrás cruzar ninguna de estas fronteras solo, necesitas del apoyo de otros, busca un equipo que te ayude e impulse al encuentro con los otros y con todos.
Así, durante esta semana, las hermanas del Buen Pastor me enseñaron a cruzar estas fronteras. Su trabajo con mujeres migrantes que no necesariamente profesan su misma fe es un cruce permanente de fronteras.
Ante la indiferencia ellas viven su carisma de la misericordia hecha obra; ante el olvido, viven la experiencia de transformar vidas que es dignificar a la mujer y sus familias, en la frontera de la marginación ellas comprometen su existencia al punto que toda su vida habla de a quien les pertenecen y ante la frontera de la separación sienten lo que es la vida compartida.
Esta memoria es para no sacar nunca de mi memoria el valor, el entusiasmo, la alegría y la paz que encontré en las hermanas Sara, Marta, Deyanira, Rocío, Arnobia y Yolanda. Y claro la experiencia de valentía de Oslin, Juan Ismael y Alfonso.
Ojalá te levantes en el encuentro con el otro.
Por: Jefferson García Castrillón – Candidato Eudista Provincia Minuto de Dios
Bogotá, Seminario Valmaría
Excelente artículo Jeff, muchas gracias por compartir tu experiencia, esta realidad y esta vida y obra de nuestras Hermanas de la Caridad del Buen Pastor, en la cual nuestro Buen Padre Dios se complace.